viernes, 22 de abril de 2011

La hora naranja (II)


La hora naranja, es así, justo como se ve ahora a través de mi ventana. Todo se tiñe apenas de ese tono que visita a la tarde cuando se está por ir. Los filos de las formas relucen un poco, se marean y desdibujan. La piel se suaviza, los rostros se ablandan, se serenan por un instante en el que observan atentos para robar de cualquier destello ganas de acción. La hora naranja es breve, tan fugaz que algunos no la perciben, pero quienes reparamos en ella –preludio a ese resto de día que juega con todos los sentidos, o con todas las notas- musicalizamos el andar.

El tiempo perdido

Había que colgar algo, sino esto no funciona, pero no encuentro el tiempo suficiente para escribir, y no ha sucedido nada inmediato que pueda deslizar así en pocas palabras. Así que recurrí a un texto de mediados del pasado diciembre. Hoy no hay sol, pero sí muchos que trabajan mientras que la mayoría estamos en casa o en viajes sin obedecer a nadie y menos a relojes*:


Unos martes atrás di con un libro que buscaba hacía un tiempo. Fue luego de llegar desde la UNQ al TGSM y comprar una entrada para uno de los Conciertos del Festival de música contemporánea. Sobraban tiempo e incertidumbre - que siempre van de la mano- así que salí del hall y me perdí entre la gente. La librería "Sudeste" que está en Corrientes casi frente a Zivals me ha suministrado usados a buen precio desde que se instaló ahí, creo que desde principio de año, así que siempre entro y doy una mirada. Esta vez bastante rápida pero con buen resultado. No vacilé lo vi y lo tomé. Conseguí "Palabras" de Jacques Prévert, una edición de la Compañía Fabril Editora de 1989 a $20.
Rápido regresé para el teatro porque el tiempo se había perdido rápidamente y en el hall la incertidumbre.
Desde ese día buscaba entre "Palabras" un poema que había leído una vez en Dioramas, pero no recordaba el nombre, por lo que el índice resultó de poca ayuda. Pasaban los días, los poemas que leía o releía pero no daba con el esperado.
El sábado sentada en el último asiento de un 128, camino a Boedo para ver la muestra de fotos** de una amiga, me encontré con "El tiempo perdido":

Ante la puerta de la fábrica
el obrero se detiene de repente
el buen tiempo ha tironeado de su chaqueta
y no bien se vuelve
y mira el sol
muy rojo muy redondo
sonriente en su cielo plomo
le hace guiños
familiarmente
Di camarada sol
¿no te parece
una reverenda burrada
regalarle un día como este
al patrón?

Quedó señalado con el fragmento de un ala de un alguacil que el gato había cazado por la mañana.


*Igual ahora voy a trabajar un poco, pero sin salir de casa.
** ¡Vean las fotos!

lunes, 4 de abril de 2011

Alfiler de gancho

Hoy salí de casa y en la puerta del kiosco dónde compré la tarjeta para el celular, me encontré brillando en la ranura de una baldosa un alfiler de gancho. Acero inoxidable impecable, nada deformado, de tamaño mediano y bien seguro. Lo levanté y guardé en el bolsillo de mi vestido.

(Los alfileres de gancho son de esos objetos imprescindibles que deben estar en algún bolsillo, o rincón del bolso, o a la vista, siempre ayudan. Pero estos ganchitos, además de útiles, son bellos.)

Mientras guardaba el objeto en mi bolsillo pensaba que significado tenía encontrarse un alfiler de gancho en la calle, que me iba a suceder, cuándo… Unas horas más tarde lo supe: lluvia, lluvia y lluvia como baldazos, justo cuando salís de Guerrín. Así que ya saben, lo bello tiene sus chubascos.