viernes, 5 de noviembre de 2010

Vidas Imaginarias

Marcel Schwob dibuja en su libro Vidas Imaginarias historias inventadas a partir de personajes célebres, que parecen modelaron para él con una gracia neblinosa, que le permitió ordenar palabras en trazos definidos –preciosos-, pero según su capricho. Es un placer leer una y otra vez esos relatos sin ton ni son, fragmentos de una de las vidas, entre las infinitas que podía imaginar. Quizá sea un buen ejercicio de salida de calles monótonas que recorremos a diario, de viajes automatizados y repeticiones vulgares a las que acostumbran los cuerpos.


En otro capricho un poco similar, pero al revés, Pasolini busca entre las vidas reales y cotidianas de África de los 60, los personajes para una adaptación de la Orestíada de Esquilo . Nuevamente ficción y realidad se mezclan en las calles, gra
cias al imaginario del escritor y la cámara del cineasta, que en este caso es la misma persona. Los límites siempre son subjetivos, los negros bailan inocentes con esa gracia divina que llevan, y el antojo se convierte en dicha a través de la cámara.


Me pensaba en una vida imaginaria, con los dedos de mis manos ya ligeros, los músculos fuertes y capaces de responder a las órdenes de mi cerebro, para entonces hacer fluir los diferentes acordes por todo el diapasón de la guitarra. En esa vida me sentaba en un banco desvencijado en el submundo colorido de Plaza Constitución, para acompañar con gracia, o intento de ella, al duo de violinista y bandoneonista que, en esta vida, cruzo cuando bajo camino al subte de regreso a casa.