domingo, 21 de agosto de 2016

No puede silbar

 

  


-Duerme, hijo mío.
Yo no sé nada
con nuestra mano tendida
la culebra muerta no puede silbar.(1)


Soné con una culebra.
En el sueño tenía la chance de cortarla,
con una pala o un hacha,
pero prefería dejarla vivir.
Lograba sacarla de la casa,
y se escondía una vez más en las afueras.
Mientras pensaba -¿por qué matarla, si ahí ya no molesta?-

Al despertar, me di cuenta, que unos días atrás
ya había soñado con una culebra.
En ese momento de placentera confusión de realidad,
me preguntaba la razón por la que había dejado a la culebra con vida.
¿Tantas ganas tenía de continuar soñando con ella?
¿Qué diría Andrea(2) de lo que yo diría que representaba esa imagen,
para conservarla en mis sueños y no eliminarla de una vez?

No puedo saberlo,
pero será quizá...
que
la culebra
muerta
no puede
silbar.




Imágen: Disco de bronce, Cultura Santamariana Período Tardío (1200-1535 d. C.)
 
(1) Verso construído con frases recortadas de otros textos, los seleccioné al azar de la mesa donde estaban mezclados con muchos más.
(2) Mi psicóloga durante unos cuatro años.

 

domingo, 14 de agosto de 2016

Recorrido en sueños

Vení, contame de ese territorio miterioso que recorrés por las noches. Sé que es temprano aún, tengo que sentarme a escribir pero me duele tanto la cabeza que no puedo hacer otra cosa más que estar tirada en la cama a oscuras. Solo distingo el continuo bum, bum del fluir de mis venas. Suben inyectando señales de expansión a mi cabeza es una sensación de opresión que no cesa, aunque ahora se mezcle con tu sereno andar que delimita mi silueta en el colchón.
No te vayas todavía. Vení, contame de esos paisajes de planos en gamas de azules, que se superponen, mientras se hacen cada vez más intensos y del púpura profundo llegan al negro. Espacio donde el abundante verde silvestre del día se pierde, y apenas se distinguen relieves de las ramas salientes. Contame de la hora de oscuridad cuando el matorral es una masa uniforme y su diversidad se percibe a través del olfato, el oído y el tacto.
Contame de los ruidos del camino que te guían hasta los otros gatos monteses. Mostrame cómo perciben los olores, cómo los distinguen, enseñame. Contame del contacto del suelo con tus garras, de tu cuerpo con el de tus pares. Lo que sienten tus músculos cuando te aferrás a las grietas de un tronco, trepás a una rama elevada y cambiás de la sensación de humedad del suelo a sentir la brisa a esa altura. Llegás a otros sonidos y olores.
Entre la oscuridad de este cuarto mi cabeza aún late según ordena el bum, bum, pero de a poco empiezo a percibir esos aromas. Las venas ahora impulsan sonidos de tu hábitat. Tu recorrido se vuelve el analgésico que nunca tomo, logro dormirme (o eso creo), vos ya estás en tu territorio de sueños.
 

Kaametza y el jaguar