lunes, 18 de julio de 2011

El 109

El 109 x hospital no abrió sus puertas, ni los escasos diez o quince metros que lo separaban de la parada, tampoco el extenso semáforo en rojo que lo detuvo, menos la lluvia nutrida, fueron signos suficientes para provocar al chofer para que dispare el aire que las activa.

¡Maldición no se da cuenta que llueve mucho!

La espera al reparo del Edificio del círculo naval – ¡para algo tenía que servir!-. La capucha que limita el ángulo visual y la furia que se disipa en el espray de las gotas. Una vez más me entretengo mientras observo como otros pasan, corren, sostienen sus paraguas, protegen a los niños, ajustan las capuchas, golpean las puertas de otros colectivos. La luz de sodio, los sonidos crujientes de los charcos, la humedad que difumina cada punto. De pronto todo a mí alrededor se mueve como en una película lejana y ya no me mojo.

El 109 se demora y la fila inconexa se extiende, yo disfruto. Otro x hospital. En el asiento mojado las imágenes circulan en mi interior, las gotas pegadas a la ventanilla me aíslan y tengo que recurrir a fotogramas propios, recientes... o no tanto. Por pulsos se encuadran diferentes rostros y acciones. Van y vienen. (¿Cómo pueden ser tan reales esos juegos de luces y sombras que guardamos en nuestro cerebro? Perfectos fotomontajes que ni Heartfield hubiera sido capaz). Sonrío, me extraño, pero no dudo que siempre me pasan cosas... a veces extrañas, a veces menos.

En casa el gato me busca con su sonido de burbuja, eso es juego. Mientras corro detrás de él, pienso en música para escuchar, pero no encuentro nada, quiero algo nuevo, que no conozca. Me conformo con el sonido de la lluvia que nunca se detuvo, y el tañido de los objetos que la naranja mecánica revolea. No alumbra el sodio pero se le parece en el tono que fluye de la lámpara –hecha un día de mucho calor, con un individual con el dibujo de una bicicleta y dos copas de vino-. Como y luego me siento a escribir.

Ahora iré por el reto a mi eje lógico –que es pésimo- y a formar circuitos, que luego derivaran en sonidos, pero yo me conformo solo con entender cómo se mueven los electrones. Es que soy terca y mañana no hay que madrugar.

Las imágenes regresan otra vez, mejor buscaré en mi caja de películas alguna para ver. Pero si ya se hizo tan tarde, mejor espero filmoteca.



lunes, 4 de julio de 2011

Guldheden


Olof Heinö es amigo de una amiga, es un fotógrafo sueco y ha pasado un tiempito en nuestro país. Es una persona sumamente agradable, resulta un placer charlar con él de lo cotidiano como uno más de la ciudad.
La semana pasada tuve la oportunidad de ver una muestra de sus fotos, todas eran de su barrio en Suecia, "Guldheden" (Monte Dorado). El montaje no podía haber sido más adecuado, luego de subir un par de pisos por una escalera empinada y angosta Olof te ofrecía un vaso de vino o cerveza, te sugería leer un texto que explicaba un poco lo que se iba a ver y te daba una pequeña linterna para hacerte camino. Se habría la puerta y el recorrido de la muestra se hacía en dos habitaciones en plena oscuridad, que se iluminaban con las linternas y los claros, a veces mínimos, de las fotografías. Por un momento creí estar en una de esas películas del cine nórdico que a mí tanto me atraen. Fue una delicia esa muestra gélida, que tomó un especial color y calor, cuando él relató con pasión rincones de su barrio. Acá pueden ver un par de las fotos.