martes, 2 de abril de 2013

Rayos y centellas

                                 “(…) Y no sé cuánto tiempo pasó, si mucho o poco, porque yo tenía los sentidos enganchados con alfileres en el espacio y no en el tiempo (…)” *


Un cielo expresionista acompañó ese viaje, sospecho que un desperfecto en el sistema había activado todos sus mecanismos posibles casi al unísono. Como los chicos que quieren mostrar ante la mirada expectante de una visita todo lo que saben hacer al mismo tiempo; o tal cual el encuentro de unos amigos cuando pasó un tiempo sin verse, porque siempre se es un poco niño y más ante esas emociones.

A pocas cuadras de la partida, cuando el micro tomó la ruta que transita la costa, el cielo se encargó de mostrar un arco iris con todos sus colores bien definidos que salían -o llegaban- del mar. Función alfa activada: “Muestrario de colores a la vista, serán usados para describir el resto del viaje”. Arco iris, junto a sus hacedores lluvia y sol, compartieron ese trayecto entre Miramar y Mar del Plata, que me dice misterio, porque los acantilados para mí son misteriosos.

Ya más tarde en la ruta, la muestra prosiguió. La luna por la derecha, en su fase casi completa con esas manchas oscuras bien definidas que alguna vez la despojaron de su perfección. Así solita en un fragmento de cielo bien limpio y azul, que por metros recorridos se movía a púrpura. Se le adelantaban unas nubes que parecían contener, en diferentes valores de grises y algunas fronteras rosadas, todas las formas factibles de imaginar, que sospecho son infinitas.

 Pero no te quedes con un solo lado del camino, que por la ventana de la izquierda hay más. Sin sorpresas astronómicas, claro que ahí estaba el sol casi rojo, que cuando va cayendo deja pintura que da calambre. Una franja de naranja bien densa al ras del piso, y un tejido más laxo entre las nubes oscuras, generaba una textura de paseos y escondites que daban ganas de conocer.

 ¿Y al frente qué? Al frente no sé, la pana de un asiento, pero por la ventana percibía cada tanto un destello que no podía decodificar. Resplandores, allá a lo lejos (¿y hace tiempo?) en el horizonte. Como si algo estallara a la distancia en esa masa uniforme plomiza y pesada a la que nos dirigíamos. Una manta impenetrable que se rompía cada tanto. Eran grietas brillantes de líneas quebradas efímeras, seguras, que a veces llegaban a planos vibrantes. Zonas fantasmagóricas que llamaban y parecían decir… “es por aquí, no todo está oscuro, se puede transitar, no hay una pared uniforme con la que chocar, no son mayor misterio que fragmentos recortados, que armamos y ordenamos en el espacio y en el tiempo. Nada de lo que ustedes no conozcan”.


*Amuleto de Roberto Bolaño