sábado, 13 de diciembre de 2008

Talán - talán

El tañido de las campanas es uno de los sonidos que más me atrapa de la ciudad, a pesar de su función tan botona. Por un lado son un refugio de algo que ya no existe, de algo que fue, de una ciudad pasada que nunca viví; una especie de pilar o manzana histórica, pero que en su sello del paso del tiempo no hacen más que retrotraerlo. (¿Quién puede creer que aún existen las campanas en la ciudad? ¿Dónde, si es toda bloques de cemento con ventanas espejadas y cuadradas? ¿Qué las necesitamos para marcar la hora? Menos, mucho menos que nos llamen para ir a misa.)

Por otro lado, el que se aleja de su utilidad, y vaya a saber que fue primero, esta su sonido, su música, esa resonancia que ya no avisa sino que rebota, envuelve y persiste. Ese misterio repentino que hace levantar miradas, y volar palomas, porque, o no sabemos bien de donde viene, si estamos en zona desconocida, o nunca logramos verlas, pero no nos importa, distraídos con los sonidos hasta podemos creer en fantasmas.

No hay comentarios.: