sábado, 11 de junio de 2016

El 84

      26 de mayo de 2016. 8:40, Republica Bolivariana de Venezuela al 3600, Almagro Boedizado, CABA. Día nublado y frio.

Cerré la puerta de entrada del edificio, alcancé la calle y vi que un 84 estaba ya casi por doblar en Colombres. Caso perdido -pensé-, no tiene sentido correr. La pendiente hacia arriba de Venezuela me permitió ver entre los plátanos que una cuadra más allá venía el compañero, me quedé tranquila. (Hace poco hago este recorrido, hace poco este es mi barrio. El 84 es un bondi que no pasa muy seguido, pero es cuestión de conocerle el horario o tenerle paciencia, hay peores.). Cuando doblé en Colombres para llegar a la parada que está a unos 20 metros de la esquina, el colectivo aún estaba a mi alcance. Saludé con un buen día al chofer, saqué boleto y conseguí un asiento de los del primer tercio. Mirando al frente, del lado del pasillo, pero de esos que quedan por debajo de la ventana. Cuaderno y lápiz en mano para registrar el viaje, la mirada al exterior quedó un poco acotada.
A mi lado había una chica con una campera rosa, naranja y turquesa. Las dos mujeres más grandes sentadas en los asientos enfrentados al mío mostraban cara de frio y abrigos marrones, cada tanto una de ellas acercaba un pañuelo descartable a su naríz y la hacía sonar. En Sanchez de Loria subió una pareja joven con olor a noche y tabaco. Ella con pollera muy corta y remera sin mangas, se sentó en el asiento delante al mío él la abrazó.
El recorrido por calle Belgrano no tiene gran atractivo. Una mezcla de casas viejas que perdieron su elegancia, y sus aberturas de roble, al ser convertidas en locales de diferentes rubros. Muchas personas con cara de gripe esperando en las paradas de los colectivos. Al cruzar la calle Catamarca me sorprendió ver desde el primer piso de un local Canon una cama caer desde una ventana. Después de cruzar Jujuy solo se ven mueblerías. El café Imperio se luce un poco, entre tanta mesa laqueda de estilo nórdico y futones económicos.
Al doblar en Combate de los Pozos, el andar fue más rápido, ya no quedaban personas de pie. Descrubrí en la parte superior al parabrisas una notación electrónica en rojo: 16,5 - 18,8 °C, los números bajaban al abrirse la puerta: el tremómetro andaba. La funcionalidad le ganó la pulseada al decorado. Ahora hay carteles de leds que transmiten noticias, pero ya no se ven vidrios tallados con mensajes de amor, ni flecos dorados que saltan en los pozos. Los pozos si son perennes.
Cuando estamos detenidos por un semáforo el choffer se acomoda mediante una torción de su torso: hacia la derecha primero, hacia la izquierda el segundo movimiento. Unas cuadras más adelante, también detenidos, le escucho decir “...una persona puedo matar, animales me cuesta un montón...”. Los 84 compañeros estaban a la par y evidentemente los choferes retomaron una conversación previa. Por lo que llegué a entender luego de tres detenciones, al chofer de mi 84 le habían regalado un conejo de orejas largas para que lo haga en estofado, pero el cariño pudo más y finalmente lo había adoptado como a un perro. Al doblar en Garay el cielo se abrió, los edificios son menos, muchos menos.
Después de 30 minutos estoy en Plaza Constitución, aún me espera otro viaje, de diferente frecuencia y mucho más sensitivo: El Roca.

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