domingo, 14 de mayo de 2017

La torta supersónica

La receta de la torta supersónica madre la sacó del recetario de Blanca Cotta, que salía los domingos en la revista Clarín. No está copiada en ningún cuaderno, es un recorte de la revista, tiene forma de L acostada de unos 7 x 5 cm de cada lado, donde primero se listan los ingredientes, luego se detalla el procedimiento. Se guarda entre las hojas de un pequeño recetario de Maizena, junto con algún otro recorte también de recetas de cocina, pero que no se consultan tan a menudo. Todo eso va en un cajón del bajomesada, que también contiene los repasadores y delantales.
La torta supersónica se hizo en casa desde que tengo memoria, generalmente los sábados de otoño o invierno, por la tarde, apenas después de terminar de lavar los platos del almuerzo, justo cuando el sol tenue empieza a entrar por la ventana y se instala sobre la mesa. Prender el horno, sacar la receta, buscar los ingredientes: los secos se acomodan por un lado, los húmedos, que se agregan después, por el otro. Enmantecar y enharinar el molde, el que tiene un cilindro en el medio, para que quede en el centro hueca. Mezclar todo muy bien, con movimientos envolventes, ese era siempre el momento crucial, si la mezcla quedaba muy chirle o agrumada la torta fallaba. Cuando me tocaba a mi ese procedimiento, madre siempre estaba atenta, me miraba, y me retaba de ser necesario... “pero así no hija, que si no queda apelmazada, son movimientos envolventes y enérgicos, no se pavea”; también recuerdo que en ese momento a veces ella le tiraba un chorro de soda del sifón para ayudar al polvo de hornear a levantar la masa, para que quede bien esponjosa. Luego se espolvoreaba con azúcar y al horno.
La receta tenía variantes: rayadura de limón o naranja, unas gotas de vainillín, o la más esperada por mí: separar la masa en dos y a una parte agregarle cacao en polvo, el armado era muy delicado: una cucharada de vainilla, una de chocolate y así alternando capas hasta que se termine la masa. El resultado era un misterio y siempre distinto. Si, yo prefería comerme los pedazos con más chocolate, pero en eso, por suerte, nos complementábamos con mi hermano, él prefería los que tenían mayor cantidad de vainilla.
Una tarde la torta supersónica me hizo volar, es uno de mis recuerdos más lejanos en el tiempo, tenía entre 3 y 4 años, estaba enyesada por lo que no podía caminar. Aquel pedazo de torta no solo se saboreó en mi boca, también recuerdo el aire recubierto de su aroma que chocaba con mi cara, mientras mi mamá me llevaba como un avioncito en el aire recorriendo todo el patio. El contrapiso gris pasaba veloz, el portón estaba abierto, yo veía moverse esa mezcla de pasto y escombros que era el jardín y me reía bien fuerte.

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