El miércoles pasado llegué a la facultad para el seminario de Noe, a su término, como me quedaba tiempo hasta la clase y tenía todo corregido, me fui a la biblioteca a buscar algo para leer, nada me atrajo más de los últimos estantes que volver a sacar Entre paréntesis de Roberto Bolaño; un libro que reúne artículos periodísticos, la mayoría sobre otros escritores, y conferencias. Tenía buenas referencias del autor y fue leer –en la primera retirada- una par de artículos para quedar más que conforme, ahora quiero alguna de sus novelas pero las ediciones de Anagrama siguen siendo caritas.
Hace un tiempo que los químicos de mi cerebro se han complotado para mantenerme de malos ánimos, por lo que retiré el libro, y huyendo del caluroso y humeante box, me fui afuera detrás de casa 11 a la pileta seca a comer y leer.
Hace un tiempo que los químicos de mi cerebro se han complotado para mantenerme de malos ánimos, por lo que retiré el libro, y huyendo del caluroso y humeante box, me fui afuera detrás de casa 11 a la pileta seca a comer y leer.
Gracias a la lectura de apenas dos carillas, el ruido de la construcción, el golpe seco que las hojas del gomero generaban al caer, los chillidos de las cotorras y los de un par de estudiantes se fueron perdiendo para ceder el escenario a una playa y cambiar mis ánimos.
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Por suerte mientras escaneaba ese texto para subirlo acá, lo encontré en la red lo que significó un gran ahorro de tiempo de andar tipeando los caracteres que no se reconocían. Fue publicado en el diario El Mundo en el 2000, y formaba parte de una sección titulada “El peor verano de mi vida”.
Por suerte mientras escaneaba ese texto para subirlo acá, lo encontré en la red lo que significó un gran ahorro de tiempo de andar tipeando los caracteres que no se reconocían. Fue publicado en el diario El Mundo en el 2000, y formaba parte de una sección titulada “El peor verano de mi vida”.
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