sábado, 6 de agosto de 2005

Arte y sociedad de pastas

El jueves desde que entré a la universidad, después de un viaje alargado por la ausencia de trenes, todo se fue convirtiendo en instantáneas difíciles de clasificar.
Gente firmando la entrada en lugar de pasar la tarjeta, fue el primer indicio de la falta de luz, luego el ágora alborotada y el pasillo de ciencia y tecnología con todos charlando fuera de los laboratorios lo confirmaron (ya he expuesto lo inútiles que somos sin electricidad).
Unos mates en exteriores con visitas de lujo, en una tarde que vaticinaba descenso de temperatura, y yo vestida para 15-18 ºC.
¡Viento volvió la luz!....¡ups se deshizo otra vez!.
Pregoneros de informática: “¡APAGUEN TODAS LAS COMPUTADORAS Y TODOS LOS EQUIPOS! Llamamos a Edesur y están trabajando, los cortes continuarán hasta las 19 hs, corran la voz”.
Acompañamos hasta la puerta, por la salida de los apáticos, a nuestra visita de lujo.
Segundo día de cursada. Sí, seguimos molestando a los profesores de sociales, esta vez ya nos metimos al aula sin aviso previo ni explicación alguna, me parece que el profe se dio cuenta que no estábamos en la lista.
Gente en la Rosa de los Vientos, seguro que hay algo para comer y beber. La Rosa de los vientos es el espacio donde se hacen las exposiciones, y cada vez que se inaugura alguna hay alimento.
Nos encontramos con gente amiga, que estaban en medio de una cursada con la misión de hacer una nota o relato del evento, ¡ja!.
Escuchamos los discursos catarreados de Manuel Oliveira, el artista expositor, y de Perez Esquivel (Perez Celis de aquí en adelante) amigo del artista, compinche de los viajes en tren y Premio Nobel de la Paz.
Mientras se descorchaban las primeras botellas, detrás del stand de Doña Rosa, fábrica de pastas auspiciante del evento, se cocinaban unos valiosísimos ravioles.
Lo mejor de la noche fue un señor que ya tenía como cuatro inauguraciones encima que dirigía a un chico en el proceso de tomas fotográficas, quiero ver que se grabó en la memoria de esa cámara, por momento temíamos que su andar ondulante lo baje de golpe de las escaleras.
Al momento de la racionada de ravioles, muy ardua fue la lucha contra la intelectualidad para lograr una mini bandejita con 5 o 6 de esos preciados objetos bañados en salsa y espolvoreados con queso. Las señoras paquetas (bueno no tanto estamos en Quilmes) se hicieron presente y le incaron al raviol, eso sí, siempre simulando elegancia.
(Exijo un curso que nos entrene para estas situaciones, hay gente super adiestrada en el proceso de conseguir pronto los víveres, sostener en una mano el vaso en la otra el plato de comida o canapé, e ir acercando, alternadamente, una y otra (mano) a la cavidad bucal; todo esto dialogando con otra persona en una acción semejante, y luciendo bien siempre.)
Como suele suceder en estos eventos la comida finaliza pronto y el alcohol sigue circulando, por lo que el artista resultó ser un viejito muy simpático que posó para mi cámara y dialogó con los chicos:
L, después de haber apreciado el cuadro “Los Miedos”, se dirigió al artista: Nosotros interpretamos los miedos igual que usted –hizo una pausa mientras miraba al artista y continuó- pero no podemos llevarlo al papel como usted lo hace.
La respuesta del gran Manuel fue contundente: Eso no es lo importante, lo importante es que lo sientas.
La velada continuó tratando de conseguir una foto con Perez Celis y más vino, y finalizó sin poder responder algunas preguntas ¿Qué es arte? ¿Todo es arte? ¿La pintura de Don Manuel es arte? ¿ y los ravioles de Doña Rosa?

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