martes, 8 de febrero de 2005

El Club del esqueleto

Anuncian que continúa la veda en los “boliches” (según parece solo las discos y los recitales fuera de la panamericana son seguros.) Los inspectores no dan abasto con su tarea. Cada partícula que se inspecciona en la ciudad no es segura. Los vendedores de matafuegos aumentaron sus ventas, y sus precios. Ya ni sé en que estado está lo del plebiscito. Si, No, vinculante, juntando firmas, habrá que esperar el resultado de nuevas encuestas para que tomen una decisión. ¿Cambia/rá algo?.
Recordé un texto de Eduardo Wilde que describe los bailes que organizaba Pirovano antes de convertirse en hospital. Quizás debamos seguir sus consejos, no están nada mal, pero me parece que tampoco nos habilitarían.
El texto se encuentra en el tomo Nro 9 de las Obras Escogidas del autor, una colección de editorial Estrada. El libro lo conseguí en una de usados, ¿pero cómo me interesé por él? Leyendo (en alguna página web) una carta que Wilde escribía al director del diario La Nación, Bartolomé Mitre, quejandose de su producto.

... un hábil operador y es y ha sido sobresaliente en química.
Esta cualidad le permitía preparar un azúcar inflamable con la cual, a la larga, tuvieron que familiarizarse todas las niñas que asistían a los bailes del club del Esqueleto.
Creo que este club es el único de su especie que ha existido en el mundo.
El club del Esqueleto fué una asociación en la cual figuraba Pirovano, en su doble calidad de miembro activo y de repostero, empleo que le fué confiado en virtud de su habilidad para fabricar vinos y licores con las tinturas y los jarabes medicinales de la botica del hospital.
Creo que fué Sydney Tamayo el fundador del club del Esqueleto. Tamayo es actualmente médico y se halla en Salta prodigando a sus paisanos los dones de su talento maravilloso.
Cuando era estudiante, tocaba la flauta con exquisito gusto y el ciego Gil, otro estudiante distinguido, lo acompañaba en el piano. El tener Tamayo una flauta y haber alquilado Gil un piano, fueron los trágicos sucesos que dieron origen a la formación del club del Esqueleto.
El propósito de esta asociación era dar bailes sin un medio y divertirse de balde, pasando gratis las horas que se haya pasado mejor sin pagar nada en este mundo.
Tamayo, Gil y cuatro estudiantes más vivían en una sala de la calle de San Juan.
Los días en que debía haber baile, sacaban al patio las camas, se alfombraba la pieza con las frazadas de los enfermos de la sala de crónicos del hospital de hombres, se pedía sillas a la vecindad. Tamayo robaba chocolate en la despensa del mismo hospital; se compraba masitas por subscripción; Pirovano hacía los cocimientos necesarios en la botica, con los que preparaba los vinos y los licores; llevaba un tarro de pastillas de quermes, con que debía obsequiarse a las señoras y, hechos todos estos preparativos se invitaba a las niñas del barrio, que eran, cuando menos, novias legítimas de cada uno de los estudiantes.
El doctor Larrosa, asistente infalible a esas tertulias, me ha confesado a mí que pocas veces ha estado en reuniones más amenas, a pesar del disgusto que le causaba ver trancadas las mesas y compuestas las sillas con los omóplatos y tibias de los difuntos que suministraba la sala tercera.
Aquellos bailes famosos en que jamás se cometió desorden alguno, para honor de los estudiantes, y en que se armó no pocos matrimonios, a imitación de lo que sucede en el Club del Progreso, terminaban siempre cuando Gil y Corvalán declaraban que tenían sueño y comenzaban a acercar sus catres, húmedos de rocío, a la sala de baile.
Entonces Pirovano servía la última copa de tintura de ruibarbo, que saboreaban con indecible placer las damas y caballeros de aquella fiesta.

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