La
receta de la torta supersónica madre la sacó del recetario de
Blanca Cotta, que salía los domingos en la revista Clarín. No está
copiada en ningún cuaderno, es un recorte de la revista, tiene forma
de L acostada de unos 7 x 5 cm de cada lado, donde primero se listan
los ingredientes, luego se detalla el procedimiento. Se guarda entre
las hojas de un pequeño recetario de Maizena, junto con algún otro
recorte también de recetas de cocina, pero que no se consultan tan a
menudo. Todo eso va en un cajón del bajomesada, que también
contiene los repasadores y delantales.
La
torta supersónica se hizo en casa desde que tengo memoria,
generalmente los sábados de otoño o invierno, por la tarde, apenas
después de terminar de lavar los platos del almuerzo, justo cuando
el sol tenue empieza a entrar por la ventana y se instala sobre la
mesa. Prender el horno, sacar la receta, buscar los ingredientes: los
secos se acomodan por un lado, los húmedos, que se agregan después,
por el otro. Enmantecar y enharinar el molde, el que tiene un
cilindro en el medio, para que quede en el centro hueca. Mezclar todo
muy bien, con movimientos envolventes, ese era siempre el momento
crucial, si la mezcla quedaba muy chirle o agrumada la torta fallaba.
Cuando me tocaba a mi ese procedimiento, madre siempre estaba atenta,
me miraba, y me retaba de ser necesario... “pero así no hija, que
si no queda apelmazada, son movimientos envolventes y enérgicos, no
se pavea”; también recuerdo que en ese momento a veces ella le
tiraba un chorro de soda del sifón para ayudar al polvo de hornear a
levantar la masa, para que quede bien esponjosa. Luego se
espolvoreaba con azúcar y al horno.
La
receta tenía variantes: rayadura de limón o naranja, unas gotas de
vainillín, o la más esperada por mí: separar la masa en dos y a
una parte agregarle cacao en polvo, el armado era muy delicado: una
cucharada de vainilla, una de chocolate y así alternando capas hasta
que se termine la masa. El resultado era un misterio y siempre
distinto. Si, yo prefería comerme los pedazos con más chocolate,
pero en eso, por suerte, nos complementábamos con mi hermano, él
prefería los que tenían mayor cantidad de vainilla.
Una
tarde la torta supersónica me hizo volar, es uno de mis recuerdos
más lejanos en el tiempo, tenía entre 3 y 4 años, estaba enyesada
por lo que no podía caminar. Aquel pedazo de torta no solo se
saboreó en mi boca, también recuerdo el aire recubierto de su aroma
que chocaba con mi cara, mientras mi mamá me llevaba como un
avioncito en el aire recorriendo todo el patio. El contrapiso gris
pasaba veloz, el portón estaba abierto, yo veía moverse esa mezcla
de pasto y escombros que era el jardín y me reía bien fuerte.