Vení, contame de ese territorio
miterioso que recorrés por las noches. Sé que es temprano aún,
tengo que sentarme a escribir pero me duele tanto la cabeza que no
puedo hacer otra cosa más que estar tirada en la cama a oscuras.
Solo distingo el continuo bum, bum del fluir de mis venas. Suben
inyectando señales de expansión a mi cabeza es una sensación de opresión
que no cesa, aunque ahora se mezcle con tu sereno andar que delimita
mi silueta en el colchón.
No te vayas todavía. Vení, contame de
esos paisajes de planos en gamas de azules, que se superponen,
mientras se hacen cada vez más intensos y del púpura profundo llegan
al negro. Espacio donde el abundante verde silvestre del día se pierde, y
apenas se distinguen relieves de las ramas salientes. Contame de la
hora de oscuridad cuando el matorral es una masa uniforme y su
diversidad se percibe a través del olfato, el oído y el tacto.
Contame de los ruidos del camino que te
guían hasta los otros gatos monteses. Mostrame cómo perciben los
olores, cómo los distinguen, enseñame. Contame del contacto del suelo con tus
garras, de tu cuerpo con el de tus pares. Lo que sienten tus músculos
cuando te aferrás a las grietas de un tronco, trepás a una rama
elevada y cambiás de la sensación de humedad del suelo a sentir la
brisa a esa altura. Llegás a otros sonidos y olores.
Entre la oscuridad de este cuarto mi cabeza aún late según ordena el bum,
bum, pero de a poco empiezo a
percibir esos aromas. Las venas ahora impulsan sonidos de tu hábitat.
Tu recorrido se vuelve el analgésico que nunca tomo, logro dormirme
(o eso creo), vos ya estás en tu territorio de sueños.
Kaametza y el jaguar |
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