26 de mayo de 2016. 8:40, Republica Bolivariana de Venezuela al
3600, Almagro Boedizado, CABA. Día nublado y frio.
Cerré la puerta de entrada del
edificio, alcancé la calle y vi que un 84 estaba ya casi por doblar
en Colombres. Caso perdido -pensé-, no tiene sentido correr. La
pendiente hacia arriba de Venezuela me permitió ver entre los
plátanos que una cuadra más allá venía el compañero, me quedé
tranquila. (Hace poco hago este recorrido, hace poco este es mi
barrio. El 84 es un bondi que no pasa muy seguido, pero es cuestión
de conocerle el horario o tenerle paciencia, hay peores.). Cuando
doblé en Colombres para llegar a la parada que está a unos 20
metros de la esquina, el colectivo aún estaba a mi alcance. Saludé
con un buen día al chofer, saqué boleto y conseguí un asiento de
los del primer tercio. Mirando al frente, del lado del pasillo, pero
de esos que quedan por debajo de la ventana. Cuaderno y lápiz en
mano para registrar el viaje, la mirada al exterior quedó un poco
acotada.
A mi lado había una chica con
una campera rosa, naranja y turquesa. Las dos mujeres más grandes
sentadas en los asientos enfrentados al mío mostraban cara de frio y
abrigos marrones, cada tanto una de ellas acercaba un pañuelo
descartable a su naríz y la hacía sonar. En Sanchez de Loria subió
una pareja joven con olor a noche y tabaco. Ella con pollera muy
corta y remera sin mangas, se sentó en el asiento delante al mío él
la abrazó.
El recorrido por calle Belgrano no
tiene gran atractivo. Una mezcla de casas viejas que perdieron su
elegancia, y sus aberturas de roble, al ser convertidas en locales de
diferentes rubros. Muchas personas con cara de gripe esperando en
las paradas de los colectivos. Al cruzar la calle Catamarca me
sorprendió ver desde el primer piso de un local Canon una cama caer
desde una ventana. Después de cruzar Jujuy solo se ven mueblerías.
El café Imperio se luce un poco, entre tanta mesa laqueda de estilo
nórdico y futones económicos.
Al doblar en Combate de los Pozos, el
andar fue más rápido, ya no quedaban personas de pie. Descrubrí en
la parte superior al parabrisas una notación electrónica en rojo:
16,5 - 18,8 °C, los números bajaban al abrirse la puerta: el
tremómetro andaba. La funcionalidad le ganó la pulseada al
decorado. Ahora hay carteles de leds que transmiten noticias, pero ya
no se ven vidrios tallados con mensajes de amor, ni flecos dorados
que saltan en los pozos. Los pozos si son perennes.
Cuando estamos detenidos por un
semáforo el choffer se acomoda mediante una torción de su torso:
hacia la derecha primero, hacia la izquierda el segundo movimiento.
Unas cuadras más adelante, también detenidos, le escucho decir
“...una persona puedo matar, animales me cuesta un montón...”.
Los 84 compañeros estaban a la par y evidentemente los choferes
retomaron una conversación previa. Por lo que llegué a entender
luego de tres detenciones, al chofer de mi 84 le habían regalado un
conejo de orejas largas para que lo haga en estofado, pero el cariño
pudo más y finalmente lo había adoptado como a un perro. Al doblar en Garay el cielo se abrió, los edificios son menos, muchos
menos.
Después de 30 minutos estoy en
Plaza Constitución, aún me espera otro viaje, de
diferente frecuencia y mucho más sensitivo: El Roca.
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