Una vez me enamoré en la Plaza Islas Malvinas.
Unos ojos negros y una vuelta a la plaza en una bici blanca
que me prestó Guada.
Eso fue hace mucho tiempo,
pero cada vez que transito ese espacio lo recuerdo.
Hoy la crucé sola ya casi vacía de gente y sentí verme aquella
tarde de invierno,
dando esa vuelta en compañía.
Me gusta pensar que siempre quedamos como sensaciones,
en los espacios que recorremos.
Las calles, veredas, y plazas no son más que múltiples seres
acumulados.
Por eso son tan bellas.